sábado, 12 de septiembre de 2009

Amarillo

-¡Quédate!- Le decía el de la gabardina roja, mientras éste bailaba en el fuego. –¡Quédate y bailamos todos!- Ella veía las hojas de otoño caer del árbol, sentía como le aplastaban mientras ella buscaba un respiro. Miró al de la gabardina a los ojos, directamente a los ojos, y le lanzó una de esas miradas que se clavan en la pared más profunda del alma. –Me olvidarás- le dijo. –Me olvidarás y yo jamás habré estado aquí. Me olvidarás porque tienes memoria de pájaro- El calor consumía los alrededores del árbol, la cosa es que nadie se había dado cuenta de que éste se estaba incendiando. Las hojitas, cada una de ellas, tenían chispas que se convertían en flama, que se convertían en llamas gigantes. -¡Bailemos todos!- le decía el de la gabardina roja mientras bailaba con una figura de fuego plácida y pequeña, ponzoñosa. Ella empezó a correr del fuego, pero sus faldas azules se quemaban, las ramas le roían las vestimentas. Alejada, por un segundo, miró hacia atrás, hacia la zarza amarillenta que consumía el árbol y lo llevaba a la tierra. –Adiós- dijo –Adiós a las armas, adiós a la tierra, adiós a los discípulos y adiós a los animales-. El horizonte se veía planísimo. El ardor de las múltiples quemadas eran rugires de sombra –Adiós al bonsái, adiós a los gatos, adiós gabardina, quédate con tu llama, que yo no soy más que cenizas-. Así fue como ella caminó hacia la tierra de ninguna parte, hacia ningún lado.


viernes, 11 de septiembre de 2009

Azul



    Cuando sus pies se deshacían entre las transparencias y el peso del viento, ella sintió un jalón repentino, un conjunto de triangulitos blancos que le halaban las vestimentas desde la espalda. El vacío la llamaba hacia abajo, pero luego sintió una mano. Ese montón de palitos envueltos en carne tibia. Miró hacia arriba y no vio nada, sino algunos halos de luz que se escapaban de una silueta azulada. –¿Es de día?- preguntó ella. –No, es de noche, aquí siempre es de noche-. Sentía por momentos que sus dedos se deslizaban de nuevo a la nada, pero la figura azulada tenía la fuerza de un millón de crisantemos (¿Acaso nunca han probado la fortaleza de las flores?). Entre las sombras, distinguió un par de rayitas negras de donde salían puntitos brillantes. La figura subió a la mujer, la envolvió entre sus destellos que se confundían con el fondo nocturno y la luna saludó de reojo, cantando una nueva canción de cuna.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Naranja (Antes de Negro)


     Ella dejó la máscara y la gabardina en el suelo por un rato. Caminó unos tres pasos, volteó, y se dio cuenta de que un conejo empezó a roer la gabardina, tragándosela vorazmente como si se tratase del banquete más suculento del planeta. Intentó espantar al conejo, pero éste ya se había comida la mitad de la pieza, así que ya no tenía uso.
Se fue hacia un sendero hecho de pasos ajenos. Sus pies se sentían pesados y atados a grilletes transparentes. Los grilletes se agrandaban con cada pisada y ella se volvía más pequeña. Sin darse cuenta, quedó al borde de un precipicio. El sol parecía una naranja gigante y, aún así, su piel estaba toda alerta y casi muerta. -Soy un pez- pensó ella, -soy un pescado. Más bien, un pescado en hielo-. El vacío que se veía debajo de la naranja cantaba canciones viejas de otro mundo que ya no existe y es ahora, sólo sonido de vacío. Dos pasos. Uno más. El grillete desapareció y ella sintió sus poros cerrarse por el viento que se siente desde los pies cuando se pisa nada.

martes, 8 de septiembre de 2009

Negro




    Ella se dirigió hacia donde estaba el árbol, su hogar, pero todo lo que vio fue asfalto. Asfalto negro, sólido, caluroso, horroroso, vil, putrefactorio, hostil, citadino, mundano, duro, salado, fogoso, aplanador, civilizador. Del árbol nada quedaba, ni el vestigio de una rama que le acariciara el cabello con su sombra. En desolación, ella se sentó en pleno centro del concreto, donde nacía una pequeña grieta verduzca que se expandía lentamente como un río, y abrazó al piso, llorando por el hogar que se fue con el olvido.