domingo, 23 de noviembre de 2008

El juego


La mordida en la oreja, treinta y seis -¿o son treinta y dos?- dientes. Es un recorrido. Empieza por la orden para abrir la boca y posarla justo detrás de la línea del cabello, sinapsis, sinapsis. El movimiento ejecutado con delicadeza por la damisela que se cree vampiresa. Abrir a cuarenta y cinco grados; cerrar lo suficientemente fuerte para que se sienta, pero también con suavidad, como hojita cayendo al suelo desde la copa de un árbol. La lengua hace una operación barrido: va y viene con fugacidad. Ella se concentra en mirar la nuca de él, haciendo el menor ruido posible mientras ejecuta su caricia dentada. Es toda una experta en maniobras riesgosas. Todo esto es como manejar una bomba de tiempo, cuyo detonante sería el abrir y cerrar de una boca; no cualquier boca, sino la de ella, la juguetona, la que se movería a las órdenes y deseos de la víctima del mordisco.
Samuel estaba inmóvil. Indefenso. La capa y espada se le quebraron con esa llegada a la espalda. Los brazos de Sabina le bloquearon toda posibilidad de escape con una maniobra que rodeaba sus hombros, una especie de abrazo inocente. Samuel en su quietud respiraba aceleradamente; Sabina, en cambio, parecía plácida porque su boca, sus brazos, sus dientes, todos estaban pendientes de Samuel. Los ojos de ambos miraban hacia una misma dirección: Un señor atrapado en un rectángulo de vidrio. Éste danzaba, pero Samuel y Sabina lo miraban por automatismo, porque lo que ocurría adentro era mil veces más emocionante. Terminó el video. La gente empezó a dispersarse. Sabina soltó a Samuel para que no hubiese ningún rastro del crimen.
Entre gatos, la interacción es más divertida. Yo te ataco, tú me atacas. Algunas garras se van en el camino por accidente, pero todo es parte del gran juego. El gatito blanquinegro se prepara para la próxima movida. Observa a su presa. Notó que se quedó sola luego de una ida grupal a la cocina. Esperó a que no hubiese distracciones. Otro ataque desde atrás, otra presa atrapada por unos brazos y mordiscos, el cuello de la víctima no podría escapar del beso que se planta, beso caníbal, beso lleno de dientes, de lengua, de apuro y secreto. Se apartan. Caminan.
*
Yo te prefiero fuera de foco, inalcanzable. Yo te prefiero irreversible, casi intocable. Inalcanzable, eso eres. Sin embargo juegas conmigo a tu antojo, soy tu mascota. Me llamas y allí estoy. Debería dejarte esperar un rato, debería no hablarte tanto ¡Qué va! Sé que no voy a cumplir lo que digo; hace mes y medio, quizás más, quizás menos, te había dicho que no por mucho que implorabas ¿Implorabas? No, no es tu estilo, sólo eres apurada. Eres una maquinita de impaciencia. Te dije que te esperaras un poco. Actúo como las acciones en la bolsa: Lento, pero seguro.
Si te beso allí, en el cuello, capaz reaccionarás. Su piel es como el fuego, señorita. Debería tener cuidado, porque podría quemarme. No, es imposible, ambos estamos en esto. Tú y yo ¿Nosotros? No existe un “Nosotros” como tal. Esto es sólo un juego y debo acatarme a las reglas. Lánzame tu daga, ¡Vamos! Eres muy tímida para atacarme, tengo que hacerlo todo yo. Hablas mucho y no haces nada. Quédate allí. Eso es. Quietecita, que nadie te va a hacer daño. ¿Nadie te ha dicho que tienes un olor a frambuesa irresistible? Seguramente Eduardo ya te lo dijo. Soy sólo un juguete, debo meterme eso entre ambas cejas. Allí estás, lista para recibirme, no tienes sospechas de nada.
Sé que te excita pensar hasta dónde llegaré.
**
Es una condena agradable el instante previo. Es como un desgaste, una necesidad, más que un deseo. Te esperaré aquí, veremos si te atreves a jugar. Tus mensajes me confunden, lanzas uno a la luna y el otro al sol. ¿Qué es lo que quieres? ¿Necesitas algo de mí? No necesito nada de ti, aun así estoy a la expectativa de una movida de pieza. El alfil puede tumbar a la reina, de eso estoy segura. Me vuelvo una taza de gelatina cuando te veo. Me acerqué hace rato y noté el perfume del doblez tu cuello. Es…indescriptible. Un millón de descargas neuronales pasan en nanosegundo y se transforman en recuerdos. Sí, el recuerdo de ese día, la brisa del agua me llegaba a la cara y ambos éramos jóvenes e inexpertos. Me reía como una niñita a la que le muestran un títere. No es que estemos muy lejos de esa edad, de hecho, eso fue sólo hace algunos meses.
Te enamoraste y te fuiste. Era lo mejor, es más, ojalá se hubiese quedado de esa manera. No necesito de esto y tú tampoco, aun así estamos. ¿En qué estamos? En nada, en momentos de diversión momentáneos, tú me olvidarás y yo te olvidaré. O tal vez pase al anecdotario de nuestra juventud en un futuro más lejano, cuando retomemos la simple amistad que llevábamos. Tú me olvidarás, pero yo no te olvidaré. Es difícil. No estoy enamorada de ti, pero no te fugarás de mi recuerdo. Ese es el problema conmigo, vuelvo demasiado grandes las cosas pequeñas, los jueguitos de niños.
No estoy enamorada de ti, sin embargo me encanta oler el desgraciado doblez de tu cuello. No estoy enamorada de ti y me encanta volverme cíclope contigo. No necesito esto y tú tampoco. La vida se volvería concha de almeja si le quitases estos detalles. ¿Estamos en esto porque la rapidez del mundo motiva a que caigamos en tentaciones innecesarias o simplemente porque no teníamos nada que hacer? Es tu culpa, tú lo empezaste. Yo lo había parado ¡Aja, ahora sí! ¡Vete, vete, vete! (vente, vente, vente). Por lo que veo, me convertí en un cervatillo.
¿No sientes miedo? Veo que sigues sonriendo.
***
Entre gatos, los juegos son peligrosos. Se escapan algunos rasguños que podrían dejar al más débil en el piso, malherido e impotente. Yo te ataco, tú me atacas. Tú me atacas, sangro. Yo te ataco, sangras. Uno de los gatos pierde su dignidad felina y se transforma en ratón, con una pata dominante encima del cuerpo pequeño, aplastando toda posibilidad de escape. Peor, una muerte lenta. Ellos sí que son indolentes, los gatos. A veces, entre tanta concentración de atrapar la presa y el ego que se infla al conseguirla hacen que el cazador se olvide de su pata y el ratón-gato subyugado consigue salir a su lugar seguro. Sabina se suelta de los brazos y mordiscos, se escapa fugazmente del beso caníbal, beso lleno de dientes, de lengua, de apuro y secreto. Se apartan. Cerca de ese lugar pasaba Eduardo, su lugar seguro. Samuel camina indistintamente jugando con un par de audífonos que tenía en el bolsillo, con la expectativa de que en cualquier momento de la noche el ratón volviera en búsqueda de redención gatuna en forma de treinta y dos – o treinta y seis- dientes.