jueves, 18 de junio de 2009

Un regalo del viento

En la primera colina del mundo ella sembró cuatro semillitas, brillantes, tan tornasoladas al que las viera robaba los colores del mundo. Las sembró no sabe si por esconderlas o por la intención de que algo creciera de ahí. Entonces lloró, y sus lágrimas las regaron.


Explotaron las semillas y de cada una de ellas creció una sola rama larga y delgada que vino a enredarse allá arriba en las nubes. De lejos la larguísima planta debía parecer un animal de Dalí, de patas estiradas, y ella abajo mirando.
Entonces ella subió, alegre, por las ramas, hasta alcanzar el follaje. En él, sacó sus colores, un gran pincel y dijo “Arre”. Seguidamente el animal se puso a andar: la planta cobró vida y arrancó sus patas del suelo para caminar, a paso lento, por toda la tierra.


Fue así que el cielo aprendió a pintarse.




-Esto no es mío, por si acaso-