lunes, 22 de agosto de 2011

All you need is love

  


 Las concepciones del matrimonio, como todos sabemos, han cambiado con los años. En la época de nuestros padres o abuelos, lo más natural era casarse prácticamente al dejar las franelas de bachillerato firmadas e intercambiarlas por una vida universitaria mezclada con vida doméstica o, a veces, ni vida universitaria. Con el paso de los años, esos baby-boomers (porque no sé si en Latinoamérica podemos hablar de baby-boomers si no hubo guerra peleada) tuvieron hijos, sobrinos y demases que empezaron a aplazar muchas de esas cosas que se suponen que eran de los veintes: Hijos, familia, trabajo. Nuestros padres (no todos, hablo de clase media) nos han regalado una adolescencia extendida. Por eso, oír que alguien se casa y es menor de 27, algunos pensamos varias cosas: 1) Está preñada, 2) Se van al extranjero 3) Está preñada. Obviamente, nos inclinamos por la primera y la tercera. Casarse como deseo de vida para estar con el otro y compartir todo es una cosa impensable para nuestra extensa pubertad individualista. Lo admito, yo soy una de esas personas que se queda con mirada absurda cuando oigo a alguien de mi edad que dice voluntariamente "Me voy a casar" -tanto así que lo primero que pienso es "tremendo/a pendejo/a ¿Por qué no se espera?-. Se jodieron los finales de Disney o telenovela con matrimonio al final, somos la generación del desencanto.
     Tengo unos amigos, muy queridos, que se casaron hace poco. A decir verdad, es la primera celebración matrimonial no-familiar a la que asisto: De hecho, le tengo afecto ganado a esta gente y no un afecto obligatorio por compartir la piscina genética.  Ella tiene 22 (se lee veintidós) y él 26 (se lee veintiséis). Ambos estudiaron conmigo en la universidad. Son jóvenes, bastante jóvenes. ¿Tenían casa fija, trabajos estables para casarse? No realmente. La locura ante el ojo de cualquiera de nuestra generación incrédula. ¿Ella estaba embarazada? No, tampoco. Se casaron por amor. Amor sencillo, amor de ese que sólo basta y sobra, es bonito y no es edulcorado con químicos artificiales. Parejas como pocas que emanan, como diría el iluminado mexicano ebrio, FUÁ. El fuá en el amor es una cosa que está oculta y que algunos tienen la piel para poder sentirla -digo algunos, porque todos podemos tener fuá, pero somos demasiado tontos para darnos cuenta-. 
"¿Estás nervioso? ¿No sientes ganas de huir?" le decían a él. "No, si esto es lo que quiero" decía él. Tan determinado y feliz como no he visto a nadie. Él la completa y ella lo completa y eso es suficiente. Debajo de todos los clichés y chistes y cosas terribles del matrimonio, ellos estaban, literalmente, en el día más feliz de sus vidas y pude verlo. Varios días después, los visité. Cuidaban de los perritos bebés de la perra de ella (el animal, no es que ella sea una perra). Me contaron de los esfuerzos, de las cosas que estaban haciendo para reparar el cuarto donde viven, que si el aire acondicionado, que poco a poco y mientras vamos yendo vamos viendo. Esa pequeña familia era amor puro. "¿Qué tal la vida de casados?" les pregunté. Se miraron, sonrieron y me contaron que bastante similar a cuando eran novios (venían de una relación larguísima de 5 años). Lo que vi hizo que mis grandes ojos, heridos e incrédulos, volviera a creer en que sólo se necesita amor y que lo demás viene por su cuenta. Mis ojos escépticos, agotados e hinchados, se volvieron creyentes del All you need is love de The Beatles. Quizás, después de todo, sí es así.