domingo, 30 de agosto de 2009

Verde




Caía granizo verde del cielo vespertino. Pedacitos transparentosos, como si alguien hubiese roto un collar y miles de cristales cayeran sobre el verdor del horizonte. Ella no se resguardaba de la lluvia, más bien se refugiaba en ella, abría sus brazos ante la ofrenda. El cantar del mar se escuchaba como un ronroneo de gato y la brisa olía a casa, a puerto, donde piratas y otros seres iban y venían como las olas.
Ella empezó a correr por las colinas como si fuesen infinitas. -Ésta es mi casa- decía. El cielo se aclaró y se llenó de nubes blancas, barquitos de papel flotantes. ¡Plaf! Se estrelló contra un árbol de talle grueso y hojas poderosas. La sombra de las ramas abrazaba la de ella como si fuera niña. Se subió al árbol, junto algunas ramas, unas hojas y allí hizo su lecho. Se acostó a ver cómo los barquitos vaporosos de papel flotaban a la deriva, esos barquitos de estela de brisa que le cantaban, en lenguaje sólo perceptible por ella, la vieja tonada atmosférica.