viernes, 11 de septiembre de 2009

Azul



    Cuando sus pies se deshacían entre las transparencias y el peso del viento, ella sintió un jalón repentino, un conjunto de triangulitos blancos que le halaban las vestimentas desde la espalda. El vacío la llamaba hacia abajo, pero luego sintió una mano. Ese montón de palitos envueltos en carne tibia. Miró hacia arriba y no vio nada, sino algunos halos de luz que se escapaban de una silueta azulada. –¿Es de día?- preguntó ella. –No, es de noche, aquí siempre es de noche-. Sentía por momentos que sus dedos se deslizaban de nuevo a la nada, pero la figura azulada tenía la fuerza de un millón de crisantemos (¿Acaso nunca han probado la fortaleza de las flores?). Entre las sombras, distinguió un par de rayitas negras de donde salían puntitos brillantes. La figura subió a la mujer, la envolvió entre sus destellos que se confundían con el fondo nocturno y la luna saludó de reojo, cantando una nueva canción de cuna.

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