En la primera colina del mundo ella sembró cuatro semillitas, brillantes, tan tornasoladas al que las viera robaba los colores del mundo. Las sembró no sabe si por esconderlas o por la intención de que algo creciera de ahí. Entonces lloró, y sus lágrimas las regaron.
Explotaron las semillas y de cada una de ellas creció una sola rama larga y delgada que vino a enredarse allá arriba en las nubes. De lejos la larguísima planta debía parecer un animal de Dalí, de patas estiradas, y ella abajo mirando.
Entonces ella subió, alegre, por las ramas, hasta alcanzar el follaje. En él, sacó sus colores, un gran pincel y dijo “Arre”. Seguidamente el animal se puso a andar: la planta cobró vida y arrancó sus patas del suelo para caminar, a paso lento, por toda la tierra.
Fue así que el cielo aprendió a pintarse.
-Esto no es mío, por si acaso-
1 comentario:
Una imaginación desbocada.
Y sí que he logrado ver una obra del de Figueras :)
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